Si una tradición se destaca en México es la de el Día de Muertos, esta fiesta es tan emblemática, que incluso varias películas, libros, documentales y diversos medios, han puesto sobre la mesa el tema.
La celebración mexicana data desde la antigüedad, en una cultura que se burlaba de la muerte, que la honra, que no le teme; con rituales que celebraban la vida de ancestros, sacrificios y fiesta. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Fue hasta la llegada de los españoles, que rechazaron este tipo de sanguinarios rituales, cuando se decidió conservar la tradición dando un toque católico, conservando características como cráneos -pero de azúcar o chocolate, mejor conocidos como «Calaveras»- , el famoso Pan de muerto que simboliza los huesos y torso del cuerpo que se sacrificaba, entre otros símbolos.
Hoy en día, existe en México una fecha reservada para los niños difuntos, el 1° de noviembre, y para los adultos el día 2 del mismo mes.
¿Cómo se festeja este día?
En México, cada comunidad o poblado, tiene una manera distinta de festejarlo, algunos, por ejemplo, comienzan a prepararse desde el 27 de octubre.
El 31 de octubre se coloca un farol en la entrada de las casas y se colocan pétalos de flores blancas o de cempasúchil . Desde ahí hasta el altar.
En el altar se acomodan flores y velas blancas (una por cada niño que ha dejado este Mundo), incienso y adornos de papel picado. Si el altar es para niños, se ofrecen juguetes y alimentos de color, tamales, frutas, pan, chocolate, etc. Si se trata de una ofrenda de adulto se agrega ron y objetos de cerámica.
A las doce de la noche la familia reza un rosario por sus seres queridos. El altar de los muertos grandes incluye la comida que prefería el difunto, mole de guajolote (pavo), arroz, frijoles y las bebidas que gustaba tomar en vida, además de velas, imágenes, (alguna foto del difunto) y flores de cempasúchil.
El dos de noviembre a las doce del día las campanas anuncian que los difuntos se van. A esa hora en cada casa se sirve la comida, consistente en arroz, mole, pollo, frijoles y alguna bebida.
Al atardecer, la familia se dirige al panteón y adorna las tumbas con flores de colores; se ilumina el panteón para que con las luces de las velas se alumbre y oriente el paso de las almas de los difuntos por el valle de tinieblas. Los rezos, las luces y el humo del copal propician un ambiente mágico de reflexión y contacto espiritual con los difuntos.
De esta forma, la festividad se constituye en un puente de unión entre los vivos y muertos.